CAPÍTULO 8- LOS REQUISITOS DE UN CAPITÁN
Era temprano. Arion, JP y Skie habían acudido al Edificio Fútbol para ver
la final del año anterior del torneo Camino Imperial en la gran pantalla que
había. Todos jugaban con toda su pasión para intentar remontar el partido
contra el Kirkwood. Un joven Riccardo fue quien marcó el primer gol del Raimon.
—¡Es fantástico! ¡El capitán estaba desatado! —sonrió JP.
—Pero a lo mejor fue una directiva del Sector Quinto —murmuró Skie.
—No sé… —dijo Arion con algo de desánimo—. Yo seguí con mucha atención la
final del año pasado.
—A mí me parece que ambos equipos estaban jugando en serio…
—Claro, como que fue completamente en serio —intervino Celia.
—Precisamente porque fue un partido de verdad desde el principio —aclaró
Estela—, Riccardo usó el Virtuoso y chutó con Pentagrama. Por aquel entonces yo
ya lo había acogido bajo mi ala siendo mi primer curso en el instituto —sonrió
con algo de nostalgia—. Pasa volando el tiempo… —miró a la pantalla justo
cuando el partido terminaba y el Raimon perdía—. Esa pérdida fue un palo
bastante grande para el equipo. Nos habíamos hecho ilusiones.
Celia cerró la pantalla con una sonrisa.
—Perdieron, pero sé que todos dieron el máximo de sus fuerzas en el partido
—Celia se sentó en el sofá—. Es cierto que el Sector Quinto controla los
resultados, pero a veces permite que se juegue dándolo todo. Es poco común que
pase en un escenario como el torneo Camino Imperial. Incluso en los amistosos,
como el que jugamos contra la Escuela de Empollones. O se juega con el
resultado ya decidido o dejan jugar al máximo.
—Qué raro, ¿no? —comentó JP—. Estos del Sector Quinto hacen cosas muy
raras.
—No hay quien los entienda, eso es verdad —asintió Estela—. Pero bueno,
¿por qué estabais viendo la final del año pasado?
—Porque va a empezar el Camino Imperial y queríamos ver cómo había sido el
año pasado —explicó Skie.
—Y aquí hay un montón de partidos antiguos —añadió JP.
—¡Buenos días! —saludó Mark entrando por la puerta—. Vaya, qué
madrugadores.
—¡Buenos días, entrenador!
—Buenos días, Mark —saludó Estela—. ¿Qué es eso que llevas?
—¿Solo estáis vosotros? —preguntó, pasando olímpicamente de Estela y yendo
hacia una pared.
—Sí —contestó Arion algo triste.
—Y eso que ayer estuvieron todos en el campo de la ribera… —dijo Skie.
—Bueno, no todos.
—El capitán no vino —murmuró JP.
Estela se acercó por detrás de Mark para ver qué había pegado a la pared.
Entonces vio que era un cartel sobre el torneo nacional Camino Imperial.
—Tranquilos, veréis como vienen —Mark se retiró un poco, mirándolo.
Los demás también fueron a mirar.
—Cuando yo tenía vuestra edad, el torneo se llamaba Fútbol Frontier,
¿sabéis?
Celia asintió.
—Nunca llegué a jugar ninguno —murmuró Estela.
—Porque tú vivías en España, ¿no? —preguntó Celia.
—Exactamente. Jugué el Torneo Frontier Internacional de pura suerte.
Los demás jugadores del equipo fueron llegando, con Subaru alabando que los
de primero fueran tan madrugadores.
—Dentro de poco empieza la fase de clasificación del torneo Camino Imperial
—dijo Mark—. ¡Comencemos el entrenamiento!
—¡Vaya…! Tú también has pasado del entrenamiento matutino, ¿eh? —saludó
Michael a Riccardo en la entrada del instituto—. ¡Yo es que no puedo con ese
entrenador…!
Riccardo siguió caminando sin opinar nada. Michael le alcanzó y continuó
diciendo:
—Menos mal que no fuiste a lo de ayer.
—¿Al campo de la ribera?
—Sí. No sé por qué al final acabamos yendo todos, pero me arrepentí de
haberlo hecho. El nuevo entrenador nos salió con cosas de «ver la cara de la
gente que quiere jugar al auténtico fútbol». ¿Te lo puedes creer? Intentando
meternos entusiasmo a todos.
Al final, Riccardo terminó acudiendo al entrenamiento matutino, ya cambiado
y todo. Sin embargo, se quedó en lo alto del campo, sin bajar. En cuanto Rosie
le vio, sacó su cámara y comenzó a hacerle fotos a velocidad supersónica,
impresionando a Jade. Arion se dio cuenta de su presencia y se encargó de
hacérselo saber a todos los demás. Después salió corriendo hasta el capitán y
le dio los buenos días, pero se preocupó cuando vio la mirada que le echó de
reojo. Luego se fue sin decir nada más.
Estela miraba con preocupación a su alumno. Le conocía lo suficiente como
para saber que estaba a punto de hacer una tontería de la que más tarde se
arrepentiría. Tenía que hacer algo.
—El Sector Quinto ha redactado una orden —anunció el señor Goldwin—. En la
primera eliminatoria del torneo Camino Imperial, el instituto Raimon perderá
dos a cero.
—¿Así que no marcaremos? —Mark no estaba de acuerdo con eso.
—Las órdenes del Sector Quinto son incuestionables —expuso Wintersea con
una sonrisita superior.
—Sí, ya veo. Con su permiso.
Cuando Mark salió del despacho, se topó de lleno con Celia y Estela.
—Era sobre el Camino Imperial, ¿no? —preguntó Celia con preocupación.
—Debemos perder —contestó, se detuvo y les sonrió diciendo—: Pero no pienso
decírselo a los chicos —y guiñó un ojo.
—Joder, muy buena elección —sonrió Estela—. Ojos que no ven, corazón que no
siente. Mejor hacerse los tontos —se rió con diversión.
—Pero eso no está bien, chicos…
—¿Qué más dará? Si al final, Mark va a pasárselo por el arco del triunfo
sus órdenes, como debe ser. Ahora lo malo y urgente es encargarse de Riccardo.
—¿Riccardo? ¿El capitán? —recordó Mark.
—Quiere dimitir, estoy segura. Por lo que más quieras, ni se te ocurra
aceptar su dimisión —le amenazó Estela—. Tal vez te la dé cuanto antes, quizás
antes del entrenamiento de la tarde para no tener que ver a los demás.
Tal y como dijo Estela, cuando los alumnos salieron al patio para el
descanso, Riccardo encontró al entrenador Evans en el Edificio Fútbol y le
presentó su carta de renuncia.
—Acéptela, por favor.
Mark pasó de mirar la carta a la cara del capitán, con gesto serio.
Riccardo terminó dejando la carta sobre la mesa, dio una reverencia respetuosa
y se dio la vuelta para irse.
—Lo siento pero no puedo. Alguien que ama el fútbol tanto como tú, no puede
dejar el equipo.
Al traspasar la puerta, se encontró a Victor apoyado en la pared. Se
sostuvieron la mirada durante unos momentos y después Riccardo se marchó.
—¿Qué es esa cara larga que traes,
enana? —increpó en español.
Estela dio un respingo en su sitio en cuanto sintió que le dejaba su café
con demasiada fuerza en la mesa. Por arte de magia no se había derramado.
—Deja de acariciar con tanta fuerza
al gato, so bruta. Lo vas a despellejar como sigas así —le regañó Joss.
El gato le bufó y saltó todo indignadísimo del regazo de la profesora. Joss
suspiró y se sentó rápidamente en la silla de enfrente.
—A ver, cuéntame qué es lo que te tiene
así.
—¿Pero no tienes trabajo que hacer?
—Soy la jefa, así que puedo tomar un
par de minutillos de descanso. Desembucha, enana.
—La próxima vez no vendré a tu café como
me llames así —amenazó Estela con el ceño fruncido.
—Sí, sí, lo que tú digas. Si al final
sigues viniendo igualmente. ¿Es sobre el trabajo?
—Es Riccardo. Quiere dimitir como
capitán del equipo. Seguramente a estas horas ya lo habrá hecho.
—¿Cómo es que no estás en el
entrenamiento de la tarde?
—Tengo cosas que corregir y hacer. Igualmente,
hoy me toca clase de piano con él, así que iré a echarle el sermón.
—¿Pero Riccardo se quiere ir por
asumir el gol del partido contra los Empollones?
—Eso me temo. ¿Qué puedo hacer? Si su mejor amigo no ha
podido ni disuadirlo, ¿entonces qué voy a hacer yo?
—¿Gabi no ha podido convencerlo? —Joss
arqueó las cejas con sorpresa.
—Pueden ser muy mejores amigos y todo
lo que quieras, pero al fin y al cabo, Riccardo es un cabezón de cuidado. Tendré
que recurrir a las amenazas, entonces.
Joss se rió antes de decir:
—Eres terrible como profesora. No sé
cómo no te han denunciado todavía.
—¡Soy muy buena profesora de música,
idiota!
—Yo creo que sería mejor que fueras
ahora a hablar con él. Si vas a la hora de las clases, sudará de tu cara como
intentes sacar el tema de conversación. Puede alegar que estáis en mitad de la
lección.
—Tienes razón —empezó a recoger
sus cosas—. Muchas gracias por
escucharme. Espero verte en el primer partido del Raimon.
—Y yo espero ver que Di Rigo sigue siendo
el capitán. ¡Mucha mierda!
Estela se bebió de un trago lo que había pedido, le soltó un par de
billetes de yenes y salió pitando de allí. Joss recogió el dinero y sonrió
mirando a la peliazul. El tiempo pasaba rápido. Parecía ayer cuando Estela se
sonrojaba por estar cerca de Xavier en aquella acampada y en la actualidad ya
estaba casada y se comía la cabeza por los problemas de sus alumnos del Raimon.
La profesora de música se plantó delante de la enorme mansión que la familia
de Riccardo poseía. Todavía recordaba la cara de tonta que se le quedó al verla
por primera vez. La sirvienta le condujo hasta la habitación del señorito y
tuvo que esperar a que su alumno diera permiso para poder entrar. En cuanto
entró, dejó su bolsa sobre el sofá y se dirigió al piano donde estaba Riccardo.
—¿Esa practicas cuando estás de mal humor? ¿Para poder pegarle porrazos al
piano? —bromeó con una suave sonrisa.
—Profesora Schiller, es todavía temprano. ¿Sucede algo? ¿Adelantamos la clase
de hoy?
—Pasa que estoy enfadada contigo, señorito Riccardo —Estela hizo un pequeño
mohín mientras decía su nombre con cierto retintín.
—¿Enfadada? ¿Por qué? —se sorprendió el chico.
—¿Cómo que por qué? ¡Porque quieres dejar el club…! He oído cosas horribles
a lo largo de mi vida, sobre todo con los alumnos que son novatos y desafinan
muchísimo con sus instrumentos, ¿pero esto? Un ultraje, una vergüenza. Riccardo,
no puedes dimitir solo porque te sientas culpable por el gol del partido.
—Creo que ya es algo demasiado tarde para que me regañe, profesora
Schiller. Ya he presentado mi dimisión al entrenador Evans.
—Me da igual —se cruzó de brazos—. Estoy segura de que Mark no la aceptará.
Ni yo tampoco, vamos.
—¿Pero por qué le importa tanto, profesora? ¿No es mejor así? Si dejo el fútbol,
entonces podré enfocarme en mi carrera musical como pianista.
Estela suspiró y se sentó a su lado, intentando respirar hondo para no
empotrar las manos en las teclas del piano de pura frustración.
—Créeme, sería la primera en lamentar que no siguieras desarrollando tu
don, Riccardo. Pero no a costa de algo que también amas muchísimo. ¿Por qué
renunciar al fútbol? ¿Por qué hacerlo cuando puedes tener lo mejor de cada mundo?
No puedes abandonar algo solo porque creas que no has hecho bien. El entrenador
Travis estaba deseando que reaccionaras tal y como lo hiciste en el partido.
—¿Cómo lo sabe, profesora? —tenía el ceño fruncido, mirando las teclas—. Por
mi culpa, tuvo que dimitir. Es justo que yo también lo haga.
—Porque yo sé más de las cosas de las que te piensas, chaval. Yo leo la
mente —bromeó—. Puede que creas que el fútbol libre no existe, pero no es
cierto. Todavía existe ese fútbol. Es el tipo de fútbol que he estado jugando
durante toda mi vida. Yo y mucha otra gente del mundo.
Riccardo se quedó en silencio durante un buen rato. No pensaba de la misma
manera. Estela decidió tocar una melodía suave mientras tanto.
—¿Qué opina Gabi de todo esto?
—No opina nada porque no se lo he comentado.
—¿Huyendo de tu mejor amigo, Di Rigo? —arqueó una ceja.
—No estoy huyendo —el joven se unió a su profesora y comenzó a tocar—. No tengo
por qué explicarle todo.
—Creía que eso hacías siempre, como casi nunca os separáis…
—¿Para qué? Gabi opinaría igual que todos. Al principio intentaría
impedírmelo, pero luego respetaría mi decisión.
—Muy mal. Lo que tiene que hacer es encauzarte por el buen camino.
—Que sería no renunciar, ¿verdad? —Riccardo le regaló una suave sonrisa.
—Exactamente —asintió Estela—. Muy bien, señorito, ya hemos calentado esos
dedos. Ahora, empieza la clase de verdad.
Cuando terminaron la lección por ese día, la sirvienta de la mansión llamó
a la puerta, anunciando que Arion Sherwind había ido a visitar a Riccardo. Por alguna
extraña razón, lo dejó pasar, sorprendiendo a Estela. Para calmar un poco la
tensión que su cuerpo comenzaba a coger, comenzó a tocar una melodía rápida,
con Arion y Estela siendo los oyentes.
Arion miraba con asombro el enorme cuarto de Riccardo, para diversión de
Estela. También se dio cuenta del balón de fútbol tirado en mitad de la
habitación. En cuanto la música dejó de sonar, Arion intentó romper el hielo alabando
la pieza musical.
—De aquí salió la supertáctica de Virtuoso, ¿a que sí?
—Ya ves, todo un prodigio está hecho —sonrió Estela.
—¡Estoy impresionado! ¡Cómo me gustaría ver más el Virtuoso! Ahora ya sé
que la final del año pasado fue de verdad…
—¡No lo fue! —Riccardo le pegó un golpe a las teclas del piano,
levantándose en el proceso—. ¡Solo fue que el Sector Quinto dio permiso para
jugar libremente ese partido! ¡Porque en el fondo siempre hacemos lo que nos
dicen!
—Capitán…
—Basta, ya no soy el capitán… —apartó la mirada de Arion.
—Pero… quiero jugar a tu lado, capitán. Quiero jugar bajo la batuta del
Virtuoso.
—¡Cállate de una vez! ¡Sé perfectamente que si sigo en el club, acabaré
odiando el fútbol…!
Arion quedó impactado y Estela miró con asombro a su alumno.
—Riccardo… —murmuró la profesora antes de levantarse y posar una mano sobre
su hombro—. Tómatelo con calma, ¿sí? Os dejaré que charléis con tranquilidad.
Pero en cuanto salió de la habitación, Estela se puso a espiar detrás de la
puerta, escuchando los gritos de Riccardo y de Arion. Riccardo no solía ser un
chico agresivo. Bueno, a excepción de aquella vez en que quiso pegarle un
puñetazo a Victor. Pero tampoco creía que se liara a golpes con Arion,
Cuando Estela quiso darse cuenta, Arion abría de sopetón la puerta de la
habitación, se despedía con alegría de ella y se marchaba corriendo. Miró con
sorpresa a Riccardo, inspeccionando en secreto su cara y sus puños por si se habían peleado.
—¿Por qué se ha ido tan contento de tu casa? No creo que le guste que le
griten, ¿no?
Riccardo suspiró y terminó sonriendo por la broma de su profesora.
—Arion ha ido a llamar a JP. Quieren ver el Pentagrama y hemos quedado en
ir al campo de la ribera.
—¿Y para eso teníais que gritar de esa manera? —sonrió Estela—. ¿Al final
cómo han quedado las cosas?
—Pues igual que siempre, no es que él vaya a cambiar algo por venir hasta
aquí. Iré a cambiarme, profesora.
—Pues nos vemos allí, Riccardo. Quiero ver cómo impresionas a los chicos.
El cielo ya había adoptado tonalidades rojizas y amarillas por el ocaso del
sol. En el campo de la ribera, tres chavales más una profesora de pelo azul se
encontraban allí. Estela observaba con interés cómo Arion y JP se enfrentaban a
Riccardo.
—¡Fijaos en los movimientos del balón! —ordenó Di Rigo, tomando posesión
del esférico—. ¡Una cosa es amar el fútbol y otra cosa muy distinta es saber
jugar! —se regateó a Arion y chutó a portería—. ¡Pentagrama!
Pero Estela se interpuso en la trayectoria del balón y gritó:
—¡Notas Musicales!
Una sucesión de notas musicales se fueron estrellando contra el balón,
deteniéndolo a base de vibraciones hasta que terminó en los pies de la
profesora.
—Hacía muchísimo tiempo que no usaba esta supertécnica —sonrió ella.
—¡Increíble!
—¡Ha sido genial! ¡Ambas supertécnicas!
—Ya es suficiente, ¿no? —preguntó Riccardo.
Estela le pasó el balón a Arion, que terminó por cogerlo con las manos. Los
dos alumnos de primero le dieron las gracias a Riccardo.
—Si al final llegamos a jugar al auténtico fútbol, ¿crees que podrás volver
al equipo? —insistió Arion con alegría.
—¡¿No lo has entendido?! ¡Ese
auténtico fútbol ya no existe!
—Ay, Dios, que se ha cabreado —Estela se apresuró a ponerse a un lado de la
portería.
Di Rigo le arrebató la pelota de las manos a Arion y los tres comenzaron a
enfrentarse de nuevo por la posesión del esférico. El capitán le retó a
superarlo con el balón. En un momento dado, Estela se dio cuenta de que Mark
miraba desde lo alto del campo.
—¡Lo voy a lograr! ¡Seré el auténtico fútbol!
—¿Qué? —sonrió JP—. ¿Que tú vas a ser el fútbol?
—Cada vez se columpia más este chico —murmuró Estela.
Los dos jugadores corrieron a la misma vez. Fue entonces cuando vieron que un
aura verduzca aparecía durante un momento en Arion, sorprendiendo a todos.
—¡Sé que voy a pasar!
—¡Es más rápido que en los entrenamientos! —alucinó JP.
—¡Brisa Deslizante! —y Arion consiguió regatear al capitán, que quedó
tirado en el suelo.
—¡Una supertécnica! ¡Acabas de hacer tu primera supertécnica! —saltó de la
alegría Estela.
JP y Estela fueron a felicitar al chaval.
—¡Lo logré! ¡La Brisa Deslizante!
—¿Qué? ¿Brisa Deslizante? —Riccardo se levantó—. Buena técnica de ataque.
—Es un regate, tontorrón —le dijo Estela.
—¡Capitán! ¡Puedo usar esta supertécnica en el Camino Imperial! ¡Superaré a
cualquier jugador de cualquier equipo con este regate!
—¡Sí! ¡Las cosas se están animando! —vitoreó JP.
Acordaron buscar una para JP y los dos amigos chocaron palmas. Entonces se
dieron cuenta de que el capitán retenía sus lágrimas. Estela acudió rápidamente
a su lado, preocupada.
—Vosotros os estáis esforzando mucho y yo… —agachó la cabeza.
—Oh, Riccardo… —Estela le revolvió el flequillo con cariño, sonriendo—. No seas
tan duro contigo mismo.
—Esto demuestra que no tengo lo que se requiere para ser capitán.
—¡No seas tonto! —la profesora le metió un buen pellizco al chico—. ¡Eres
un gran capitán, maldita sea!
—¡Claro que lo tienes! —apareció Mark, sorprendiendo a los jóvenes—. Estas lágrimas
que tienes son el requisito para ser el capitán.
Y ante la mirada de todos, rompió la carta de dimisión.
—Porque son las lágrimas de alguien que no puede evitar amar el fútbol —Mark
posó una mano sobre el hombro del chico—. Eres un auténtico virtuoso. Como el
director de orquesta que consigue sacar el máximo de sus músicos, tú has
logrado que emerja el talento de Arion.
—¡Entrenador…! —Riccardo apretó el puño—. ¡Yo también…! ¡Yo también quiero
ganar! ¡No quiero volver a jugar ese fútbol falso nunca más!
—¡Así se habla! —sonrió Estela.
—Esperaba oírte decir eso, capitán —Mark sonrió.
—¡Me esforzaré muchísimo!
—¡Ganaremos cueste lo que cueste!
—¡Sí! —se unió el entrenador—. ¡Se acabaron los partidos trucados!
Estela terminó abrazando a Riccardo, intentando controlar su emoción y
orgullo, fracasando un poco en el proceso.
A la mañana siguiente, Estela se topó con Riccardo de camino al instituto. En
cuanto entraron al recinto escolar, se escuchó que alguien que decía:
—Así que no lo has dejado.
Profesora y alumno se giraron para encontrarse con Victor apoyado en un árbol.
—¿Al entrenamiento? Pero cuánta dedicación.
—Ven tú también. Eres miembro del club.
Victor se acercó por detrás del capitán y le susurró con sonrisa maliciosa:
—Ha llegado una orden del Sector Quinto. El Raimon perderá dos a cero en el
primer partido de clasificación.
—Largo de aquí. Eres peor que un moscardón —Estela alejó al muchacho de
mala gana.
Arion les saludó, todo emocionado de poder enseñar su supertécnica. Luego,
se fue corriendo hacia el Edificio Fútbol.
—¿Lo sabía, profesora Schiller?
—¿El qué? ¿La orden de resultados? Sí, lo sabía.
—¿Y por qué no nos lo dijo? ¿Por qué el entrenador Evans va diciendo que
los partidos amañados se han acabado cuando en realidad ya han decidido que
perdamos?
—Porque eso es papel mojado, Riccardo. Mark no seguirá las órdenes del
Sector Quinto por muchos papelitos que le den. Y si el equipo lo supiera, se
les pondría la misma cara mustia que traes ahora —entonces sonrió—. Vamos,
capitán, tenéis un partido que ganar.
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Al final, el equipo
termina enterándose de que tienen que perder a la primera de cambio. Pero no
todos seguirán las instrucciones. ¿Qué pasará? ¿El Raimon quedará eliminado?
Si lo queréis
averiguar, no os perdáis el próximo capítulo: POR FIN COMIENZA EL CAMINO
IMPERIAL
¡¡¡Esto es fútbol
al rojo vivo!!!
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