DUODÉCIMO ESPECIAL DE NAVIDAD
Aquella mañana había pasado totalmente de ir al entrenamiento matutino.
Después de estar durante la secundaria y el bachillerato asistiendo al club
de fútbol, en la universidad había decidido apuntarse al de atletismo. Era un
deporte con el que disfrutaba bastante y tampoco se le daba bastante mal. Claro
que a veces echaba de menos poder patear el balón, pero para eso tenía a Shawn.
Con él podía jugar al fútbol cuando quisieran.
En la casa no había nadie más excepto ella, pues su mejor amigo tenía
entrenamiento matutino y no era un vago como ella. Prefería quedarse en la cama
calentita que pasar frío mientras corría.
Entonces empezó a sonar el puto timbre de los cojones.
Tris intentó aguantar todo lo que pudo, no salir de la cama y esperar a que
se cansaran de llamar a la puerta. Pero fuera quien fuera parecía ser igual de
cabezón que ella y así la chica no podía remolonear tranquilamente en su cama.
Era lunes y había decidido dormir un poquito más, ¿por qué no la dejaban en
paz?
Al final terminó por salir de su preciada cama, ir a zancadas hasta la
puerta principal y abrir de golpe, sin preocuparse por el aspecto que llevaba
ni si iba en pijama.
—¡Buenos días! —le saludó un repartidor con una gran sonrisa—. ¡Entrega
especial para la señorita Tris!
La cara de basilisco que tenía la chica se esfumó. Miró detenidamente el
paquete que le entregaban, sin entender nada.
—Disculpe, debe haber un error. Yo no he pedido nada. ¿Y qué demonios es?
—Una entrega especial para la señorita Tris.
—¿De parte de quién? —arqueó la ceja.
—El remitente me dio órdenes de no desvelar nada. Tiene que hacerlo usted
misma. ¡Pase un buen día! —y tal como vino, se fue.
Tris cerró la puerta, mirando con extrañeza lo que le había dado el
repartidor. Lo dejó sobre la mesa del salón, no decidida a abrirlo. Al final,
decidió no dar tantos rodeos y lo abrió.
—Oh, mierda.
Quedó estupefacta.
Era un desayuno. Un desayuno navideño. Un montoncito de churros
espolvoreados con azúcar, unas cuantas galletas de figuras navideñas y un termo
con chocolate caliente. Una tarjeta venía también con un mensaje.
Buenos días, otaku.
Es frustrante estar en el mismo país pero no en la misma
universidad. Lo reconozco, me acostumbré a tenerte cerca para poder molestarte
todo lo que quería. Pero tú estás siguiendo tu propio camino hacia la adultez y
yo el mío propio.
Y como no puedo estar contigo, por el momento, durante
estas fechas, al menos me gustaría que hoy te levantaras pensando en mí con
este desayuno. Sí, conseguí hacer los dichosos churros. ¿Son como los que
recuerdas de España? Espero que sepan igual que esos. Y si no, pues te lo comes
igual, que tirar la comida está muy mal visto.
Espero verte pronto, enana.
Caleb.
Terminó de leer la nota y observó de nuevo el desayuno. ¿Lo había hecho y
enviado desde Tokio hasta Hokkaido? ¿Y cuánto le había costado hacer todo eso?
Los churros estaban fríos, aunque el chocolate todavía estaba medio tibio. Nada
que no pudiera arreglar el microondas.
Sonrió.
—Quién habría dicho que tendrías un corazón de pollo, Caleb. Menudo ñoño
estás hecho…
Antes de llamar a Caleb para hablar con él, envió una foto al grupo
presumiendo de su desayuno exclusivo.
Annie: Suertuda,
onee-chan *-*
Austin: ¡Todo un
cocinitas!
Archer: Una
verdadera obra maestra
Caleb: DEJAD DE
BURLAROS DE MÍ
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